31.8.16

Eres mía.

Hola soy yo. La que te miraba como nadie el primer día que te conoció mientras tú, tan naturalmente, hacías el tonto para llamar la atención de la gente. Intentaba disimular mientras todos se daban cuenta que se me caía la baba a la vez que tú utilizabas la tuya de excusa para molestarme.
 Meses después, el segundo día que nos vimos (sin contar la mirada que nos echamos una noche de borrachera) estabas cogiendo mi mano como si me conocieses de toda la vida, esta vez el que disimulabas eras tú, ocultándolas bajo la arena y mientras ésta y la sal cubrían nuestros rostros que, aunque cansados después de una noche de fiesta sin dormir, relucían cada vez que nuestras miradas se cruzaban. Ese recuerdo lo guardaste en tus retinas, y a partir de ahí, mis fotos en la playa se convirtieron en tu imagen favorita.
No necesitamos ir al cine al día siguiente para ver una película, fue mejor una comida y utilizar mi mano como peine sobre tu cabeza mientras me cubrías de caricias, primero de tus manos a mi espalda y posteriormente de tus labios a los míos. 
Además de en esos momentos, pienso en las veces que deshacíamos camas, cuando unidos de todas las formas posibles, tu boca se acercaba a mi cuello y me susurraba que era tuya. Entre esas palabras, tus manos, y tus ojos llenos de fuego era curioso que en vez de al infierno, me llevases al cielo. Y me reía. Me reía diciendo que no lo era, sólo para que tu me dijeses una y otra vez: Si, eres mía. 
Y ahora haría un pacto con Lucifer, le ofrecería mi alma, sólo para que utilizases la saliva con la que me "conquistabas" el primer día, para volver a decirme esas dos palabras, las que anteriormente me ponían la piel de gallina, las que ahora hacen que mi almohada se convierta en un campo con charcos: Eres mía.

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